Cuando la idiotez tiene demasiado poder
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Carlos Cobo
11/6/20233 min read
1:08H marca el reloj de mi ordenador. Una vez más, ya es algo habitual, estoy escribiendo sobre una mesa que en su día fue un mueble bar, esta vez, está completamente llena de ropa de hace días. Mi ordenador se mueve de lado a lado cada vez que tecleo, movimiento que se debe a la inestabilidad de estar sobre muchas prendas de ropa, que por cierto, no pienso recoger hasta que vea un burro volando.
No soy un gran fan de las redes sociales, no me han terminado de enganchar, de vez en cuando me pasan algún que otro video y en ocasiones contadas publico alguna estupidez y algún que otro pensamiento que nace de mi desorden mental. Hoy mi gran amigo Marcos me ha enviado un video de los dibujos animados que ven los niños en la actualidad, dibujos animados en los que meten con calzador el lenguaje inclusivo, ya saben, esa forma tan discreta de alienar desde bien pronto a las pequeñas criaturas que en algún momento serán el pilar de la sociedad.
Lenguaje inclusivo, la maravillosa creación de los tiempos modernos, que causa tan noble dirán algunos, en mi caso, me la paso por el forro de los cojones, debo de ser un auténtico zoquete.
El lenguaje, en su esencia, es una herramienta de comunicación, una herramienta que ha evolucionado a lo largo de milenios, moldeada por la historia, la cultura y las peculiaridades de cada sociedad.
Yo entiendo que el lenguaje debe de evolucionar de manera natural, jamás de manera impuesta y es que en esta era de lo políticamente correcto se nos dice que debemos reinventar el lenguaje para que sea “inclusivo”. Quiero pensar que detrás de esas mentes que imponen dicho lenguaje inclusivo existe la intención de reconocer y respetar a todas las personas, independientemente de su género u orientación sexual. El problema principal es que esta obsesión por la inclusión ha llevado a la creación de un lenguaje que es, en muchos aspectos, torpe y artificial. Seamos sinceros, agregar letras y símbolos a las palabras no hace que la inclusión sea más genuina.
El lenguaje inclusivo ha dado lugar a palabras como "todxs", "amigxs", o "chiques". Una forma muy especial de mutilar nuestro idioma. Parece un intento desesperado de hacer que el lenguaje refleje una realidad que, en su esencia, es mucho más compleja que una simple modificación gramatical. Querer simplificar la diversidad humana en una serie de letras y símbolos no es buena idea.
Si nos vamos a los problemas prácticos que ha generado, me surgen las siguientes preguntas. ¿Cómo se pronuncian estas palabras? ¿Cómo se leen en voz alta? ¿Debemos detenernos cada vez que nos encontramos con una de estas abominaciones gramaticales y adivinar cuál es la intención del autor? La comunicación se vuelve un laberinto confuso en lugar de una herramienta efectiva.
Además, el lenguaje inclusivo plantea preguntas incómodas sobre la evolución de nuestro idioma. ¿Quién decide cuál es la forma "correcta" de ser inclusivo? ¿Qué pasa con las lenguas que no son tan maleables como el español? ¿Estamos condenados a luchar constantemente con nuestra lengua materna para que se ajuste a las cambiantes normas de inclusión?. Y no olvidemos el aspecto sarcástico de esta cuestión. ¿Realmente creemos que cambiando algunas letras en las palabras estamos haciendo un cambio significativo en la igualdad? Es un juego de apariencias, un acto de virtuosismo lingüístico que a menudo carece de sustancia real.
Existe el peligro de que el lenguaje inclusivo se convierta en un arma en lugar de una herramienta de inclusión. ¿Qué sucede cuando alguien no utiliza este lenguaje de manera "correcta"? ¿Se convierte en un paria social, condenado por no cumplir con las normas lingüísticas impuestas por la moralidad moderna? La corrección política se convierte en un arma de control, en lugar de una búsqueda legítima de igualdad.
Y luego entra en acción la resistencia. Muchas personas se sienten alienadas por esta imposición del lenguaje inclusivo. Ven en ello una imposición de una ideología, en lugar de un esfuerzo genuino por la igualdad.
El resultado es una reacción negativa, una resistencia que en última instancia podría obstaculizar los avances reales en la igualdad de género.
Por último, el lenguaje inclusivo a menudo se centra en la dicotomía de género, perpetuando la idea de que la sociedad se divide en dos categorías: hombre y mujer. ¿Y qué pasa con las personas que se identifican como perritos o perritas? ¿Dónde quedan en este juego de palabras? solo de pensarlo se me rompe el corazón. En su intento de ser progres, a menudo se pasa por alto a quienes no encajan en esta dicotomía.
Todo un drama…
Con afecto, Carlos Cobo