Follando con el abismo

PD: no es un manual

Carlos Cobo

9/25/20252 min read

Desconozco si es amor, deseo o un sabotaje contra la inercia. Mi conclusión: veinticuatro horas bastan para dinamitar una biografía que parecía estable. La cronología oficial se encoge como una camiseta en agua caliente. Queda una pequeña silueta, más verdadera, menos cómoda.

El problema nunca es el cuerpo; el cuerpo siempre lo entiende todo a la primera. Lo que se resiste es la mente con su burocracia: “¿esto qué es?, ¿qué nombre le pongo?, ¿cuánto dura?, ¿a dónde conduce?”. La mente tiende a exigir formulario, destino, garantía. El encuentro se ríe en su cara. No habla de proyectos; habla de precisión. Un punto exacto en el tiempo que no se repite y que, sin embargo, contamina todo lo demás.

Al rato aparece el famoso vacío. No es depresión, no es drama. Es un espacio de alta precisión donde se miden las cosas: la rutina, el trabajo, los hábitos que antes parecían sólidos. Todo se vuelve una mala copia por defecto. El vacío no grita; ordena. Hace inventario.¿Qué de lo que haces a diario tiene pulso propio y qué respira solo porque lo conectaste a una máquina?. La gran pregunta olvidada...

El pensamiento se ensucia: ¿y si he vivido años con los frenos puestos? ¿y si el modo “prudente” era apenas un modo “temeroso” con traje? La noche comprimida enseña una gramática: lo decisivo no ocupa mucho tiempo, pero exige presencia completa. La presencia, gran escándalo moderno.

Un detonante, no una promesa. Por eso la mente siempre se rebela: prefiere contratos a revelaciones. Prefiere continuidad a intensidad. Quiere que todo tenga sentido y por eso arruina lo vivo. El encuentro no explica nada: desvela. Como cuando levantas una alfombra y ves polvo que ya no puedes obviar. A partir de ahí la limpieza es obligación moral.

La nostalgia quiere colarse. La dejo en la puerta. No se trata de volver atrás ni de reconstruir lo sucedido. La nostalgia es un truco del sistema para convertir la revelación en postal sentimental. Aquí no hubo postal: hubo un espejo. Me vi dispuesto a sentir sin negociar descuentos. Me vi capaz de no administrar la experiencia, sino de rendirme a ella.

Hay una tentación: pensar que todo lo anterior fue mentira. Es otro exceso. No fue mentira; fue paréntesis prolongado. Lo real apareció sin pedir papeles. ¿Dolor? Sí, pero de crecimiento. ¿Pérdida? Sí, pero de grasa muerta. ¿Miedo? También. El miedo honesto que te informa de que todavía hay mucha altura.

Hoy, 28/09/2025 vuelvo con una certeza incómoda: quiero métrica de vida, no de tiempo. Quiero horas que valgan por muchas, no muchas horas baratas. El vacío no pide ser llenado, pide ser honrado. Y honrarlo es vivir con la misma precisión con la que ocurrió lo que ocurrió: sin negociación, sin eufemismos, sin autopiloto. Lo demás, simplemente ruido.


Con poco amor y mucha pasión, vuestro Carlos Cobo