Inodoros, belleza y muchas cicatrices
Siempre hay algo más allá de una rostro bonito
Carlos Cobo
9/28/20232 min read
Estoy aquí en este rincón del baño, apoyando mi ordenador en una mesa improvisada que alguna vez fue un mueble bar, no puedo evitar pensar en lo retorcida que puede llegar a ser la vida. La inspiración llega en los momentos más inesperados, como cuando te encuentras cagando, tratando de buscar sentido en un mundo que parece haber perdido su rumbo.
Nos pasamos la vida buscando la perfección superficial, persiguiendo un ideal un tanto inalcanzable que de alguna forma hemos dejado que se imponga entre la sociedad. Se valora más la imagen que el contenido y eso me está empezando a pasar factura. Es como si estuviéramos atrapados en una espiral infinita de comparaciones, donde nuestras imperfecciones se magnifican y nuestras inseguridades se vuelven insoportables. Es una lucha constante, una especie de religión moderna sin cicatrices externas pero con muchas internas.
Un cuerpo bonito es pasajero, una mente bella es eterna.
Va siendo hora de darnos cuenta que la belleza real se encuentra en las cicatrices del alma, en las historias que escondemos, en las batallas que hemos librado, en la vida, en la vida tal y como es, con todo lo que ello conlleva. Estas son las marcas que realmente nos definen como seres humanos.
La sociedad moderna nos ha vendido una ilusión de perfección, una búsqueda interminable de un ideal que ni siquiera se acerca a la realidad.
La perfección es una ilusión, una trampa en la que caemos una y otra vez, un pozo oscuro. Nunca es suficiente, siempre habrá algo que mejorar, algo que cambiar, algo que perseguir.
Y mientras nos afanamos en esta búsqueda, perdemos de vista lo que realmente importa en la vida: lo humano.
Así que aquí estoy, sentado en el inodoro con mi ordenador sobre esta mesa convertida, tratando de recordar que la belleza está en la imperfección.
Hace muchos años, conocí a una mujer, Ruth, en un local repleto de entes que volaban, y no precisamente por tener poderes. Tenía un tatuaje en su brazo que decía "Imperfectamente perfecta". Íbamos colocadísimos, pero todo lo que me contó lo sigo guardando en un rincón de mi mente. Una vida llena de penurias desde bien pequeña, decisiones que la llevaron a cometer errores, a no terminar de adaptarse a un mundo que no se para a preguntar y mucho menos a ver más allá. Me resultó muy atractiva, siento perdición por la gente que no teme poner sobre la mesa todo lo que tiene, luces y sombras, siento que van con todo, sin miedo, no les importa una mierda lo de fuera. Son personas que juegan en otra liga, en la liga de las conexiones humanas. No pierden el tiempo en banalidades. Admiran a la belleza, pero se acuestan con las mentes.
Y después de esta historia de abuelo cebolleta me voy a ir despidiendo.
No somos un producto de consumo, somos seres humanos repletos de imperfecciones y peculiaridades.
Atentamente, Carlos Cobo.