La estupidez organizada no es protesta
Reventar una etapa ciclista no es activismo: es puntería equivocada con bandera moral
Carlos Cobo
9/21/20252 min read
Manifestarse es un derecho. Violentar un pelotón de ciclistas no es protesta: es estupidez organizada. Nadie con un mínimo de neuronas puede pensar que tal acto va a cambiar las reglas del juegos. Apunten bien idiotas, apunten a los que llevan corbata y se sientan en el congreso. Nada como llegar a casa con el pechito inflado creyendo que has sido parte de un colectivo que esconde la estupidez con un disfraz de defensor de derechos humanos…
Disparar sin saber dónde duele. Nada define mejor la estupidez organizada.
¿Qué culpa tienen los mecánicos? ¿Los chóferes? ¿Los cámaras que viajan colgados de una moto? ¿Qué culpa tienen los propios ciclistas? Ninguna. Pero ya han sido etiquetados como cómplices de no se sabe muy bien qué. Como si pedalear durante cinco horas al sol fuera un acto de opresión.
Golpear al débil siempre es más fácil que incomodar al poderoso. Por eso estas manifestaciones, lejos de incomodar al sistema, lo alimentan. Sirven como válvula de escape. Como entretenimiento político. Como performance sin consecuencias.
Por otro lado, me parece demencial que sólo se hable de este conflicto y se escondan sucesos y limpias del siguiente tipo:
Qatar aloja a líderes de Hamás en hoteles de lujo mientras se sienta en el Consejo de Derechos Humanos.
En Yemen, medio millón de muertos.
En Sudán, 150.000 en dos años.
En Siria, la cifra roza el genocidio crónico.
En Nigeria, medio millón de cristianos masacrados.
En China, los uigures sobreviven a campos de reeducación.
Pero nada de esto ocupa portadas. Tenemos la mirada tan corta que solo vemos lo que nos sirven los medios. Somos incapaces de levantar la cabeza y pensar por nosotros mismos. Compramos cualquier relato sin importar quién lo firma.
Y mientras tanto, el presidente del Gobierno aparece en televisión, henchido de orgullo, alabando a esos mismos manifestantes. Como si fueran la brigada internacional del siglo XXI. Como si gritar y reventar un sprint fuera cambiar la historia. Todo esto mientras él mismo firmaba un contrato de munición con Israel que canceló a última hora porque sus socios de Gobierno lo pillaron. Primero armas. Después sermones.
La incoherencia hecha carne y plasma.
La gran lección que deja lo ocurrido en Madrid es sencilla:
La indignación mal dirigida no sólo es ineficaz: es rentable para los culpables.
Mientras los gritos se lanzan contra ciclistas, los verdaderos responsables siguen firmando contratos en despachos blindados.
Ahí es donde debería apuntarse. Metafóricamente, claro.
Ahí es donde duele. Lo demás es circo barato.
Y en ese circo, los poderosos siempre son los domadores. Nunca los payasos.
Protestar no es un gesto automático. Es un acto político. Y como todo acto político, exige puntería, inteligencia y dirección. Si algún día quieren quemar el Congreso, cuenten conmigo, pero no me llamen para tirarle piedras a un ciclista.
Con poco amor, vuestro Carlos Cobo