La mentira, asignatura obligatoria para llegar a ser un buen bastardo

Aquí solo le crece la nariz a Pinocho, al resto, se les obsequia con puestos de responsabilidad.

Carlos Cobo

8/25/20232 min read

Hoy me siento especialmente asqueado, como si estuviera padeciendo una resaca de whisky barato.

Voy a escribir sobre la mentira en la clase política, ese mal endémico tan aceptado por la sociedad española. La verdad escasea pequeños hijos de puta, es como un pequeño leopardo de las nieves, se ve muy de vez en cuando y muy a lo lejos.


Tengo que admitir que estos cabronazos que se hacen llamar políticos son unos auténticos maestros en el arte de la farsa. Soy consciente de que no es una sorpresa, es algo habitual en nuestra sociedad. Pero ahora, hemos llevado esta artesanía al nivel de maestría. Nuestros políticos podrían dar lecciones de engaño en la universidad. Son seres que prometen el paraíso mientras nos dan un pase directo al infierno.

Hemos normalizado la mentira como quien se acostumbra al olor de la mierda. Aceptamos las medias verdades como si no fueran mentiras. Nos han dicho tantas veces que las cosas son así, que hemos olvidado cómo es la verdad. La normalización de la infamia es la enfermedad social que nos consume.

Nos presentan nuevos rostros, nuevas promesas, pero al final, es como cambiar de camiseta en medio de una tormenta. Las mentiras siguen fluyendo, los intereses ocultos siguen manejando los hilos y nosotros, como tontos útiles, seguimos festejando el espectáculo.

La verdad, es que esta situación política es un reflejo de nuestra propia tolerancia a la mentira. Hemos permitido que se burlen de nosotros una y otra vez. Hemos aceptado las migajas que nos arrojan. Y mientras sigamos siendo espectadores pasivos, este juego continuará.

¿Pero saben qué es lo más aterrador?

Que hemos entregado nuestra voluntad.

Pero los que más me fascinan son los políticos maestros de la hipocresía. Tienen algo, algo diferente. Debe de ser esa forma de llenarse la boca de moralidad mientras arrastran cadáveres de escándalos. Nos exigen sacrificios mientras ellos disfrutan de banquetes en sus mansiones. Es como si estuviéramos en un circo siniestro, aplaudiendo a los payasos más cínicos. Valientes hijos de la gran puta.

Cada vez que aceptamos una mentira, cada vez que nos quedamos en silencio, estamos dando eco a nuestra propia sumisión. Estamos escribiendo con tinta invisible nuestra conformidad con este juego retorcido. Nos quejamos en la comodidad de nuestras casas, pero cuando llega el momento de actuar, nos retractamos como tortugas asustadas en sus caparazones.

¿Podemos romper las cadenas de la normalización y exigir responsabilidad?

No será fácil, pero si no lo intentamos, estaremos condenados a seguir siendo engañados.

La libertad tiene un precio, y ese precio es la vigilancia constante sobre aquellos que nos representan. No podemos darnos el lujo de ser espectadores pasivos en esta obra teatral. Tenemos que convertirnos en críticos ferozmente comprometidos, dispuestos a enfrentar las realidades incómodas.

La elección está en nuestras manos, como siempre lo ha estado. Podemos seguir siendo cómplices silenciosos de esta farsa, o podemos alzar la voz y exigir la honestidad que merecemos. Podemos seguir aceptando las migajas de promesas incumplidas, o podemos salir a la calle y terminar con esta mala película.

No hay lugar para la apatía en un país que ansía la verdad y la justicia. No hay espacio para la sumisión en una sociedad que clama por el cambio.


Despierten Malditos, que yo, me voy a dormir la siesta


Con afecto, Carlos Cobo.