Muerte, eternidad y mucha palabrería

Las noches siempre fueron aliadas

Carlos Cobo

7/21/20232 min read

Son las 3 de la mañana, estoy tirado en la cama, los pensamientos vienen y van, las sábanas se han rendido, las he pateado tantas veces que han decidido caer al suelo.

Últimamente pienso mucho en la muerte, no tengo mala relación con ella, estoy seguro de que con el paso del tiempo llegaremos a tener una estrecha amistad.

¿Por qué pensar en la muerte nos despierta tantas emociones contradictorias?

Por un lado nos acojona, nos hace temblar como un flan en un terremoto, pero por otro lado, quiero engañarme y pensar que nos hace apreciar más la vida, que nos da un toque de urgencia para aprovechar cada momento, como si la existencia fuera una ganga de tiempo limitado en el supermercado.

La muerte es el coste a pagar por tener un papel más bien secundario en una obra de teatro titulada “Vida”.

A estas horas de la madrugada escribo bastante lento, me cuesta plasmar lo que quiero transmitir y la gran mayoría de veces mi mente tiende a distraerse entre pensamientos absurdos.

¿Y si la muerte no fuera más que una creación de nuestro ego sobredimensionado?

Me refiero a la tendencia humana de creer que somos más trascendentes de lo que realmente somos. El ego que nos lleva a aferrarnos a la idea de que somos indispensables y que nuestro propósito en la vida es dejar una huella imborrable en el mundo.

Pensar en la muerte me confronta con la realidad de nuestra propia insignificancia. Es una bofetada irónica a nuestro ego inflado. Al final del camino estará Caronte con su barca, y solo podemos esperar que sea un buen anfitrión con bebida y comida para pegarnos un último homenaje en honor a nuestra vida fugaz mientras disfrutamos de las vistas.

¿Y si la muerte es en realidad una forma de escapar de la hipoteca eterna de la existencia?

Quizás, es solo una excusa cósmica para librarnos de las facturas, los atascos de tráfico, las reuniones de trabajo aburridas y las relaciones insustanciales. "Lo siento, no puedo seguir con esta relación, estoy muerto". ¡Me parece una excusa bastante decente!

Hay algo profundamente irónico en el hecho de que la búsqueda de la inmortalidad esté en pleno apogeo en un mundo que parece ir en dirección contraria a la vida misma. Estamos bombardeados por noticias de guerras, desastres naturales, políticos de mierda, programas de televisión cada vez más estúpidos y un mundo hiperconectado que ha dejado de lado la verdadera conexión.

Parece que la humanidad está en una carrera desenfrenada hacia la autodestrucción, mientras algunos científicos sueñan con la eternidad. Es como si estuviéramos tratando de construir un rascacielos en medio de un embalse.

¿Y si alcanzamos la inmortalidad? ¿Qué haríamos con todo ese tiempo infinito?

Si llegamos a este punto, la humanidad se convertirá en una fiesta interminable sin música, en la que todos nos miraremos incómodos y nos preguntaremos por qué diablos seguimos aquí.

Imagínate tener que soportar a idiotas eternamente, canciones de reggaeton, actualizarse constantemente para no quedar desfasado o aguantar a un jefe de por vida. No sé, solo de pensarlo me apetece volarme los putos sesos y decirle a algún pariente que me aprecie un mínimo que los lance por el retrete. No estoy en absoluto preparado para lo que está por llegar.

Al final, la muerte es lo que le da sentido a la vida y es el ingrediente secreto que hace que cada momento sea valioso, que cada risa sea necesaria y que cada polvo sea imprescindible.

Y para poner fin a tanta palabrería querida muerte, estoy dispuesto a dejarme llevar cuando llegue el momento, no tengo intención de ponerme excesivamente chulo, puede que me revuelva un par de veces pero solo para que mi hermano presuma de mi bravura en el lecho de muerte.


Con afecto, Carlos Cobo.