Oda a la desconexión moderna

Sol, escritura y mucha desconexión

Carlos Cobo

1/28/20242 min read

Siempre me han gustado los primeros rayos de sol. Me gusta tirarme en el suelo y leer o escribir algunas líneas.

Hoy, a las 8 am de un día de invierno, me encuentro en un rincón del mundo huyendo de la multitud. Esa multitud que me atrapa como ganado sin rumbo fijo en un estúpido matadero social. Puede que no esté mirando más allá pero empiezo a pensar que la conexión real es tan esquiva como una puta en una esquina mal iluminada.

Cuerpos y más cuerpos, la multitud es una orgía de cuerpos con una protagonista llamada soledad. No hay manera de escapar de la sensación de aislamiento que se arrastra en cada sombra de esta jungla urbana. Me hundo en un mar de caras, cada una tan anónima como la siguiente. La ciudad late con las pulsaciones de un corazón enfermo, pero ya saben, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Todo va tan rápido… ¿Quién cojones se va a preocupar por el latido individual? viviendo en una sociedad donde predomina la indiferencia colectiva. La multitud es un lugar donde el grito individual se pierde en el estruendo colectivo. Tus pensamientos son ecos en el vacío, ahogados por el murmullo constante de una masa indiferente. ¿Quién coño eres en medio de esta marea de rostros desconocidos?Un número de seguridad social, un peón, una sombra que se desvanece en la oscuridad de la insignificancia.

La gente camina con la cabeza gacha, absorta en las pantallas de sus dispositivos como zombis modernos. Nos perdemos en el puto éter digital mientras el mundo real pasa de largo, y la única conexión que queda es con un maldito algoritmo que nos dice qué coño deberíamos estar pensando. La jodida ironía es que la conectividad digital nos ha convertido en islas virtuales. La soledad en la multitud es como un veneno que se filtra en tus venas. Puedes estar rodeado de gente, pero aún así, te sientes como un náufrago en una isla desierta. Las miradas pasan de largo, como barcos en la noche, sin detenerse a explorar la costa.

Las conversaciones son cada vez más superficiales, como las típicas charlas de ascensor, palabras huecas y muchas risas falsas. Nos decimos "¿cómo estás?" mientras en nuestras mentes se escucha un solo grito "¿a quién coño le importa?". El aislamiento está cosido en el tejido social, como una cicatriz que todos pretendemos ocultar. Al final, las relaciones son efímeras, como condones usados arrojados en la basura después de un polvo de una noche.

Y aquí estoy, tremendamente intenso, completamente desnudo y escribiendo estas líneas intentando coger algo de color. No os olvidéis de que en esta jungla de concreto, la soledad es el rugido silencioso que resuena en cada calle, en cada rincón oscuro, cada alma atrapada en su propia jaula de aislamiento.

Atentamente, un intenso Carlos Cobo.