"Poemas", un culo dormido y un perro imaginario
¿Serías capaz de narrar una historia con un culo entre los dientes?
Carlos Cobo
3/31/20252 min read
Hoy tengo una sensación rara, como si Dios me hubiera pellizcado la nalga derecha. Llevo dos horas plantado aquí, en este asiento del AVE que cruje más que mi autoestima, y de repente noto un cosquilleo molesto, como si la vida misma me hiciera un recordatorio: “eh, payaso, sigues vivo, aunque nadie te lo haya pedido”.
Podría levantarme, estirar la pierna, puede que incluso pueda buscarle un sentido profundo al hormigueo… pero prefiero quedarme quieto, disfrutando de esta incomodidad absurda, porque pocas cosas hay más mundanas y poéticas que un culo medio dormido.
Pero bueno, no he venido aquí para hacerle una oda a mi nalga. O sí. Quién sabe.
Os dejo por aquí unos cuantos poemas que tenía guardados en una de mis libretas.
Mi estilo está más cerca de un chucho callejero rascándose las pulgas que de Juan Ramón Jiménez. Aunque, por cierto, comparto apellido con ese señor, una ironía macabra de la vida, porque talento, lo que se dice talento, no comparto ni media sílaba.
El amor en tiempos de alquiler
Si algo me cautivó de ella, fueron sus piernas: largas como las promesas que nunca se cumplen.
Y esa sonrisa dibujada en la cara.
No trabajaba, detestaba la costumbre de morirse cada lunes;
Prefería el arte suave de mirar el techo y beberse las horas sin pagar la cuenta.
Me invitó a una copa con el dinero que no tenía.
Terminamos en su apartamento,
un sofá lleno de pelos y un gato obeso amante de la buena vida.
Hicimos el amor como dos desconocidos
que saben que no volverán a verse.
A los dos días era ella la que estaba en mi sofá…
Una resaca perfumada
Me desperté con la boca reseca,
el sol atravesaba las persianas.
El piso olía a whisky barato.
Me arrastré al baño, encontré una nota:
“Ha estado genial, espero verte pronto”
No recordaba su nombre,
ni su risa, tampoco el color de sus ojos.
Pero su perfume aún flotaba en el aire,
como un sueño dulce
en medio del desastre.
La “maquina de escribir”
Me gusta imaginar que escribo en una vieja Underwood.
Con teclas pegajosas y rodeada de papel.
Escribo sobre perdedores y soñadores,
no porque los admire,
sino porque son los únicos que me devuelven la mirada.
El suelo está lleno de hojas arrugadas,
como un cementerio de frases inútiles,
de testigos mudos de mis fracasos
y de algún sueño que, por error,
se coló entre ellos.
Madrugada en la ciudad
Escribo estas palabras mientras camino sin rumbo claro,
las calles huelen a orina con claros matices de soledad.
Un perro imaginario me sigue desde hace horas;
quizás buscando algo de comida o, como yo, compañía.
Nos sentamos en un banco, un banco oxidado,
compartimos el silencio como dos náufragos
que han olvidado cómo pedir auxilio.
Nos miramos a los ojos, dos espectros esperando que el sol
nos absuelva de esta noche que tanto sabe a derrota.
Atentamente, Carlos Cobo