Tacones. La manera más elegante de volverse majara.
Tac Tac Tac
Carlos Cobo
4/15/20252 min read
Bueeeeeeeeeenaaaas nocheeeees Lisboa. Hoy me siento pletórico, como si me estuvieran haciendo una mamada mientras disfruto de una puesta de sol y bebo una copa de Macallan. Me gusta ser sincero con vosotros, lo admito, alguna que otra mamada ha caído, menos de las que me gustarían, por supuesto, soy un tipo ambicioso y siempre quiero más. Copas de Macallan no han caído ni en mis mejores sueños, pero bueno, a veces solo se trata de poner un poco de imaginación.
A lo que vamos, que me disperso facilmente.
¿Acaso existe un sonido más impúdico que el de unos tacones?
Creanme cuando les digo que no existe ninguno. Y si existe alguno, lo desconozco. No hay nada más cercano a la obscenidad que ese golpe seco, regular, ese chasquido elegante que se clava en el suelo como un latigazo en la carne.
Tac.
Tac.
Tac.
Lo escucho y siento que me erizo, como si ese eco lejano me acariciara la espina dorsal.
¿Saben que es lo mejor?
Que no necesito verla. Es más, no quiero verla. Quiero solo escucharla, ahí, en la ceguera voluntaria, en la rendición al oído, es donde el deseo crece.
Fantaseo. Lo hago como un adolescente perverso, lo admito, soy culpable. Me vuelvo adicto a ese ritmo de guerra y seducción, al compás perfecto con que el cuerpo que los porta se abre paso entre los días, como si supiera que no hay mayor poder que caminar con estilo por encima del asfalto. A veces creo que los tacones son una especie de criatura en sí misma. No son zapatos, son entes. Tienen voluntad. Tienen hambre. Se clavan en el suelo como si quisieran fecundarlo. Hay algo casi pornográfico en la forma en que ese sonido penetra la acera. Que me atraviese por completo, me rindo.
Cierro los ojos y...
Alta, delgada, piernas larguísimas que parecen no terminar nunca, la falda le cae como una amenaza, y el cabello se le agita como si también caminara. Bueno, ella no camina: se impone. Se abre camino con un dominio que asusta. Siempre diferente. Siempre mejor. A veces lleva un abrigo rojo. A veces camina desnuda bajo un sol abrasador, fumando un cigarrillo invisible.
Cuando sus tacones suenan, el mundo se calla. Suenan y los hombres pierden la compostura. Suenan, y yo, como un idiota, sigo para delante, mirar rompería la fantasía, y prefiero vivir en ella.
¿Quién es?
Es todas. Es nadie. A veces tiene tres piernas. A veces tiene cara, otras no. Pero nada de esto importa un carajo, solo quiero perder la cordura. Déjenme en paz.
El sonido de los tacones es una promesa que no se cumple nunca. Una llamada que me arrastra y me abandona. Siempre se va. Siempre se aleja. Pero no ceso en la busqueda, persigo ese tac-tac salvaje como un perro hambriento. A veces la calle está vacía y solo escucho mi respiración. Otras, hay pasos… pero son otros, sin alma, sin sexo, sin peligro, aburridos. Y entonces, cuando los oigo de nuevo, los de verdad, los que cortan el aire y rajan la calma, ahí es cuando sé que ella está cerca. No sé quién es, pero está. Y eso basta.
Hay quienes se excitan con caricias, con gestos, con unos labios entreabiertos. Yo, queridos amigos, me excito con el ritmo de una mujer que jamás conoceré, que quizá ni existe, pero que me devora cada vez que se acerca. Esa cadencia que me persigue, esa puta cadencia que termina con la poca cordura que me queda. El sonido de unos tacones es el único lenguaje que todavía me habla al oído sin mentirme.
Tac.
Tac.
Tac.
Y aquí me despido, desde un restaurante en Lisboa con una erección descomunal fantaseando con el próximo…
Tac.
Tac.
Tac.
Pd: Las portuguesas ya no tienen bigote, ahora se lo depilan
Atentamente, vuestro Carlos Cobo.